Podía seleccionar a dos seres humanos del planeta Tierra para introducirme en sus cuerpos durante tres horas. Como tenían solo dos sexos, escogí uno de cada y, ya que no me podía separar molecularmente en mi división más de 11 kilómetros, elegí a los dos de la misma ciudad de un lugar llamado España.
Eran las 21 horas de un viernes de marzo para los terrícolas. Busqué al azar dos personas teniendo en cuenta estas premisas: a) que pensaran en la misma palabra, o grupo de palabras al mismo tiempo y b) que fueran de una edad entre 30 y 45 años.
Analizando la población segmentada, la palabra cerveza apareció en mi registro 23.457.877 veces. Así que busqué una frase más larga y encontré dos sujetos, cada uno de un sexo.
Mi misión era meterme en sus cuerpos y pasar información a mis superiores sin anular ninguna de sus funciones: intereses, comportamientos, procesos mentales y ADN.
Sujeto 1:
Mujer blanca. 37 años. Cuerpo atlético. Camiseta negra con dibujo de un reloj derretido y una frase: “El que yo no sepa cuál es el significado de mi arte, no significa que no lo tenga”. Artista surrealista.
A las 21 horas, antes de salir de su hogar, la humana en la que acababa de introducirme se le ocurrió escribir en Facebook: “Esta noche, donde siempre y a la hora de siempre, una cerveza bien fría”.
—¡No salgo!, me niego a salir de casa —dijo Body, un individuo del grupo surrealista, agitando la cabeza nervioso—. Si es que cuando veo a la gente caminar con esos zapatones cuadrados me pongo malo. Es espantoso. ¡Tenemos una epidemia! —se levantó e imitó el caminar de Frankenstein—. Prefiero quedarme encerrado hasta que esto termine. He salido por culpa de esa frase que has puesto de la cerveza.
La Sujeto 1 asintió mientras apretaba los labios para no soltar una carcajada. Acción que detecté minutos antes, ya que caminaba riéndose sola a medida que se acercaba a aquel bar donde iba todos los viernes. Pensamientos desordenados, cambios rápidos de ideas, interferencias, dudas. No era capaz de pasar una información de ella a mis superiores. Debía esperar.
Niqui, una chica bajita de pelo liso, abrió los ojos de par en par, miró a Body con la boca abierta y asintió unas siete veces antes de comenzar su discurso:
—Está pasando algo ahí afuera y tú te has dado cuenta —pegó un trago a su cerveza y continuó—. Yo de lo de los zapatones no me he enterado, pero sí de la epidemia de mandibulitis.
Alejandro, un hombre de boca grande y escaso cabello, se rio exageradamente y el cuerpo que yo ocupaba reaccionó con un puntapié en su pierna. No entendí la agresión al compañero.
El camarero, sin preguntar nada, trajo siete cervezas bien frías. Una para cada uno. ¿Cómo recibió el mensaje?
Actualicé información: era la primera vez que se sentaban Body y Niqui en la misma mesa. Él, un rubio de ojos verdes que dibujaba culos cósmicos y ella, una pintora independiente que pedía a gritos una pecera para meterse dentro y que la gente la dejara en paz.
Hacía cinco años que el grupo se reunía en ese pub todos los viernes que había clase de arte.
Alejandro pintaba por ordenador, Juan era el profesor de pintura y le interesaba el comportamiento del cortejo de las palomas y la guerra. La murciana pintaba solo ventanas y, otra chica, que no abrió la boca en toda la noche, no pintaba nada.
—A ver, Niqui —indagó la Sujeto 1—, ¿dices que hay una epidemia de mandibulitis?
—Si te fijas bien, hay mucha gente que empieza a tener la mandíbula más grande que el cráneo y eso no pasaba antes. ¡Mira! Mira ese de ahí, el del pelo cactus. Espera que se dé la vuelta y podrás comprobar que está muy avanzado.
—¡Si es que no llueve, coño! —soltó la murciana cabreada.
Sujeto 2:
Hombre blanco. 42 años. Cuerpo tipo barril. Camiseta negra con dibujo de un cráneo echando fuego por el pelo y lema: “Obús. Te visitará la muerte”. Heavy.
A las 21 horas del mismo viernes, dijo chillando: —¡Esta noche, donde siempre y a la hora de siempre, una cerveza bien fría!
El Sujeto 2, ya ocupado por mí, con sus amigos El carroñas y El tattoo, se subió a una de las tres motocicletas tuneadas firmadas por un tal Harley-Davidson y, haciendo un ruido que desestabilizó mi sistema neuronal y a él le produjo gran placer, puso rumbo al bar de siempre.
Interés medio de los tres individuos cuando se acercaron a la barra: 84% cerveza y 16% música.
Interés medio de los tres individuos en la barra: 55% cerveza más un 45% de interés mutante “tetas-culo”. No fui capaz de codificar a qué se debía el cambio sincronizado de los tres amigos. Quizá a los giros de la camarera.
Una canción nueva sonó en un aparato rudimentario de fácil análisis electrónico y el Sujeto 2 perdió todo el interés por sus anteriores variantes en pro de tocar una guitarra imaginaria al viento. Sentimientos de euforia, exhibicionismo y maestría. Movimientos de cabeza bruscos que no entendí. Me estaba mareando.
¡Necesitaba salir de allí!
Me concentré solo en la Sujeto 1.
Me interesó saber por qué la murciana pintaba ventanas, así que hice que el cuerpo femenino que ocupaba le preguntara al respecto.
—Ya te lo he dicho, tía, que necesito una ventana para arrojar toda la porquería que llevo dentro, que no es poca.
—¡Un momento! —cortó la conversación Juan, el profesor de pintura—. Estamos asistiendo al inicio del apareamiento de dos palomas —dijo señalando a una pareja de humanos de sexos opuestos que se acaban de encontrar en la barra.
Busqué en mi registro las palabras paloma y apareamiento. No entendí por qué todos se callaron de pronto y observaron con tanta curiosidad a los extraños que acababan de pedir dos tercios. No era capaz de aclararme con los pensamientos del cuerpo femenino ocupado.
Cambié al Sujeto 2.
Sentí alivio al ver que el cuerpo masculino que habitaba estaba calmado. Él y sus amigos se habían sentado con una jarra de cerveza en la mano. Detecté que uno de ellos tenía las dos epidemias mencionadas en el otro grupo: mandibulitis y llevar zapatones cuadrados. Analicé el bar y encontré siete infectados más, solo dos con ambas enfermedades. Alerté a mis superiores de que los humanos no ponían en cuarentena a las personas de alto riesgo para su comunidad.
Analicé al Sujeto 2 y a sus dos amigos. Pensamientos ordenados, ideas claras, sin interferencias ni dudas. Seres superiores que disfrutaban tranquilamente mientras bebían y hablaban de música. A veces paraban y, de forma sincronizada, gritaban el estribillo de la canción que sonaba. Su alteración era extraordinariamente rápida y su recuperación también.
Pasé información a mis superiores del análisis: amplia retentiva en almacenar datos de grupos, conciertos, temas musicales y nombres de personas. Gran capacidad para afrontar los cambios. Interesante interactuación de los tres individuos con el entorno.
Quizá este sujeto estaba dotado de una capacidad telepática tan evolucionada que mis sensores no eran capaces de reconocer, ya que se levantó y, en un momento puntual, gritó a pleno pulmón un trocito del tema que sonaba. La reacción fue instantánea, toda la sala hizo lo mismo. ¿Cómo se ponen de acuerdo? Consideré que era un ser muy evolucionado. Entendí que su sistema inmunológico era superior al del otro grupo, ya que no temía las epidemias. Envié ADN.
Analicé el punto en común de los dos sujetos en los que me había introducido: cerveza.
Analicé el punto en común entre los sujetos de los dos locales nocturnos: cerveza.
Analicé cerveza: malta, agua, lúpulo, otras especies y levadura. En el caso de la Sujeto 1 encontré un 7% de alcohol, carmín y residuos de servilleta. En el caso del Sujeto 2 un 5% de alcohol, una pata de mosca y residuos de tabaco. No fui capaz de entender la importancia del nexo de conexión.
La Sujeto 1 entró en una especie de crisis nerviosa debido a la aparición en el local de un hombre común que pidió una ronda más de cerveza y se unió al grupo. Pensamientos contradictorios “le hablo-no le hablo”, “le quiero-le odio”, “me acerco-que le jodan”. A los pocos segundos el individuo tomó asiento a mi lado y el cuerpo femenino que ocupaba comenzó a cuchichear con la murciana.
Puse todos mis esfuerzos en comprender a mi interlocutora y guardé sus consejos para su análisis posterior: “Si te gusta, no le hagas ni caso”, “Si te lo quieres ligar, putéalo”, “¿Que pasa de ti? Este seguro que cae”, “Digan lo que digan, los pelos del culo abrigan”.
En cuanto el hombre recién llegado se alejó a la barra a reclamar una bebida que faltaba, Juan, el profesor, miró a la Sujeto 1 y dijo la palabra “cortejo”. Reacción: todo el grupo de la mesa emitió un sonido breve “cucú”.
Intenté pasar información a mis superiores de la Sujeto 1: Retentiva, por descubrir. Capacidad de almacenar datos, por descubrir. Capacidad para afrontar cambios, baja. Intereses, por descubrir. Capacidad de pensamientos simultáneos, alta. No estaba dotada de un sensor telepático evolucionado, ya que necesitan a un líder para que el grupo actuara de forma sincronizada. Sistema inmunológico debilitado con miedo a las epidemias. Tan solo pude hacer un envío de ADN.
Planteé a mis superiores la posibilidad de que los humanos XX hablaran en código cifrado una gran parte del tiempo, incluso en sus diálogos internos, y que los humanos XY utilizaran con mayor frecuencia un lenguaje común.
Recibí ordenes de mis superiores: en la próxima ingesta de cerveza yo debía interactuar. La probabilidad de que bebieran a lo largo de los 60 minutos que me quedaban era casi del 100%.
Misiones:
a) Darme a conocer como extraterrestre amistoso, visitante de otro planeta que quiere analizar a sus vecinos.
b) Comunicarme a través de los cuerpos ocupados para no desvelar mi verdadera forma.
c) Agradecer a los dos grupos su evolucionado entendimiento. Hacer un reclamo de orgullo a los superiores que dirigen sus comunidades. Busqué en base de datos y encontré la palabra políticos.
La Sujeto 1 bebió primero de su cerveza.
Sin anular las actividades sensoriales del cuerpo que ocupaba, hice que se levantara, pidiera unos minutos de atención a su grupo y a las mesas que nos rodeaban y ejecuté las órdenes. Yo debía emitir una frase, esperar la respuesta y enviarla a mis superiores de forma simultánea.
Frase 1: Soy un extraterrestre amistoso.
Respuestas: “Vaya novedad, ¿y quién no?”, “qué poco original”, “cu-cú”, “el amor era verde y se lo comió una burra”.
Frase 2: Me doy a conocer como visitante de otro planeta que quiere analizar a sus vecinos. No puedo desvelar mi verdadera forma, así que me tengo que comunicar con vosotros a través de este cuerpo ocupado.
Respuestas: “Tiruriru, cu-cú, triruriru”. Imitan el baile de cortejo de las palomas.
Frase 3: Siento un profundo respeto y orgullo por vuestros políticos.
Respuestas: “¡Que te jodan!”, “Borracha”, “Chaquetera”, “Mierda de surrealismo”, “¡Exorcismo a la vista!”
La Sujeto 1 fue vapuleada mientras que el grupo pedía a gritos que yo abandonara su cuerpo. Decidieron ponerme un nombre: “Retro-Barrabás”. Bajo las amenazas verbales y gestos ofensivos que recibí, me vi obligado a abortar la misión antes de tiempo.
«Scape», «Scape», «Game over».
El Sujeto 2 bebió de su cerveza.
Sin anular las actividades sensoriales del cuerpo masculino que ocupaba, hice que se levantara, fuera a la cabina, eliminara la música y agarrara el micrófono pidiendo unos minutos de atención a los humanos del local. Llevaba una cerveza en la otra mano para crear empatía. Deduje que ese factor podía haber sido el fallo con el grupo anterior.
Frase 1: Soy un extraterrestre amistoso.
Respuesta: “Pues venga, ¡pínchala ya y dale a toda hostia!”. La mayoría de ellos se agruparon en la pista y sujetaron sus guitarras imaginarias.
Frase 2: Me doy a conocer como visitante de otro planeta que quiere analizar a sus vecinos. No puedo desvelar mi verdadera forma, así que me tengo que comunicar con vosotros a través de este cuerpo ocupado.
Respuesta: No hay respuesta. Los miembros del grupo se miran los unos a los otros sin abandonar las posiciones adoptadas.
Frase 3: Siento un profundo respeto y orgullo por vuestros políticos.
Respuestas: Lanzamiento de un botellín de plástico, gestos ofensivos, lanzamiento de dos botellines de cristal, lanzamiento de un zapatón de un infectado, acercamiento agresivo de tres individuos.
«Scape», «Scape», «Game over».